Nicanor Parra

Destacado del mes

Nicanor Segundo Parra Sandoval; San Fabián de Alico, 1914 – La Reina, Santiago, 2018) Poeta chileno. Nicanor Parra fue el creador de la llamada «antipoesía», tendencia que no ha de entenderse como una negación del género ni de su función comunicativa, sino como una voluntad de erradicar sacralizaciones y excesos retóricos en favor de un coloquialismo a menudo mordaz, políticamente comprometido y, sobre todo, próximo al alma y a la expresión popular.


La vida pasa lentamente y se deja estar mientras espera que le sea concedido, por descontado mérito, el Nobel de literatura a Nicanor Parra y deje así de ser el rey sin corona de la antipoesía. Aunque pensándolo bien, quizá estamos equivocados todos los que creemos que son razones no literarias las que lo hacen esquivo al premio y resulta que se trata de la natural derivación hacia el antipremio que la obra parriana ha barruntado con ahínco a lo largo de estos 90 años que han pasado desde que, en 1937, publicara su Cancionero sin nombre.

            Creo que Nicanor Parra es, junto a Jorge Luis Borges, el mejor ejemplo de cómo la literatura hispanoamericana tomó el relevo en la literatura universal y de cómo el manejo de la ironía y la precisión de la palabra se han convertido en los modos atávicos para la creación literaria. Porque la antipoesía, como el cuento fantástico, busca a un tipo de lector que interactúe con ella, que reconozca su fisionomía y la ayude a caminar por entre los campos normados de la poesía tradicional; no negándola sino mostrando su otra cara. Sin embargo, han sido pocos los valientes que han osado analizar la antipoesía en profundidad; cuento a Niall Binns, a Iván Carrasco, a Ignacio Valente, a Federico Schopf, a Manuel Silva Acevedo, a Juan Gabriel Araya, a Mario Rodríguez o a Hugo Montes (no están todos) entre esos que han ahondado en la intrínseca visión poética que pondera la paradójica anti- ποίησις.

La obra de Nicanor Parra puede entenderse como una evolución que parte desde el cancionero tradicional español y culmina en la ecopoesía; una variante de la antipoesía que incluye temas candentes de la actualidad postmoderna, compuesta por artefactos sobre temas ambientales, superpoblación y sentimientos apocalípticos. Al contrario de lo que a priori puede parecernos, esta evolución es una modificación paulatina, no abrupta ni radical, de los modos representativos que la obra de Parra presentaba en los primeros textos y que empieza a tomar forma en Poemas y antipoemas (1954). Tal evolución es justificada por Manuel Silva Acevedo de forma sencilla cuando afirma: “Aunque parezca obvio, para ser antipoeta primero hay que haber sido poeta y Nicanor Parra lo fue desde la publicación de Cancionero sin nombre (1937) hasta Poemas y antipoemas (1954)”[1]

 Así, desde que en Cancionero sin nombre nos ofreciera Parra una especie de declaración de intenciones para con la poesía de la Generación del 27 española, que tan magistralmente supo aunar la tradición y la vanguardia a través de la conjunción del verso de arte menor del romance, la copla y los estribillos populares con un tratamiento de la metáfora muy cercano al automatismo surrealista; asistimos al nacimiento y los primeros esbozos de lo que luego sería la gran antipoesía.


En “Tonada fundamental”, por ejemplo, la guitarra, la luna, los ángeles y la sangre funcionan como símbolos de anclaje a la poesía lorquiana. El romance de amor es la estrofa típica del granadino y su metáfora oscura nos invita a pensar, igual que en el Romancero gitano (1928), en la muerte y la vida, el dolor y el amor sufriente que tanto emparenta a Lorca con San Juan de la Cruz (“Si yo pudiera sembrarte / con mi corazón de tierra, / con lunas de fuego duro / todo tu cuerpo se llena”).

Sin embargo, el poemario anticipa ya algo que va a recorrer toda la producción parriana y que, a partir de los antipoemas, va a ser una nota común: lo cotidiano grotescamente representado.

Entre Poemas y antipoemas (1954) y los Artefactos (1972) se produce el primer salto hacia la antipoesía. Parra comienza entonces su trasgresión de los criterios poéticos tradicionales y en textos como “Quédate con tu Borges”[1] o “Advertencia al lector”[2] nos anuncia su retirada del Olimpo poético cuando nos dice: “Según los doctores de la ley este libro no debiera publicarse”[3], “Mi poesía puede perfectamente no conducir a ninguna parte”[4], “yo no te prometo nada / ni dinero ni sexo ni poesía / un yogurt es lo + que podría ofrecerte”[5]. La publicación, en 1972, de Artefactos supuso el paso definitivo hacia un tipo de escritura donde se hizo patente el hibridaje entre las artes y la trasgresión de los axiomas


[1]Solo en la recientemente publicada antología El último apaga la luz, se ha incluido este poema, dado a conocer por el crítico Iván Carrasco en Nicanor Parra: la escritura antipoética (1990), como un regalo que le hizo el propio Parra.

[2] En Poemas y antipoemas, sección III.

[3] “Advertencia al lector”

[4] Idem.

[5] “Quédate con tu Borges”

literarios; eso que llamamos antipoesía y que incluye la superación del formato libro o la inclusión de la imagen en tanto texto que trasladan a Parra directamente al bando de los reescritores Borges y Cortázar, los beats, los surrealistas o los concretistas mediante una práctica que en Chile ya se había prefigurado desde que, en 1969, Thito Valenzuela publicara Manual de sabotaje, tomando forma y fuerza posteriormente a través de obras como La Nueva Novela (1977) y La Poesía Chilena (1978) de Juan Luis Martínez o Purgatorio (1979) de Raúl Zurita.

A propósito de estos antecedentes de la antipoesía de Parra, afirma José Miguel Ibáñez Langlois (más conocido como Ignacio Valente):

En el contexto de la poesía actual, la sensibilidad antipoética acusa el inevitable impacto del surrealismo francés, sumamente aclimatado por las esencias criollas, por el humor ladino y el habla espontánea del chileno. Pero más fuertes y profundas con sus relaciones con la cultura anglosajona, comenzado por el versículo casi prosístico, la amplitud de horizontes y la soltura verbal de Walt Whitman, para seguir con T.S. Eliot y el Ezra Pound de la llaneza prosaica -un producto de alta elaboración formal-, hasta llegar a la audacia estridente de la generación beatnik en los Estados Unidos, sobre todo Ferlinghetti y Allen Ginsberg.

Los mensajes que contienen estos “artefactos” parrianos van a revolucionar la literatura a nivel mundial y para todos los tiempos. Estos supondrán, además, la consagración de Nicanor Parra como el único antipoeta de la literatura chilena y, por cierto, universal. Se trata de mensajes contingentes a la época, atravesados por la filuda daga de la ironía y el sarcasmo, en lenguaje cotidiano y, en muchas ocasiones, vulgar, que busca provocar una reacción de tipo irresoluble en el lector, por cuanto no sabe cómo combatir la sensación que esta lectura le provoca, sea esta de risa, molestia o incredulidad. Estos mensajes son, aún hoy, de una espantosa actualidad y tocan temas tan espinosos como el abuso de menores, la corrupción política o la deuda de Chile con Violeta Parra, por nombrar unos mínimos asuntos.

Después de los Artefactos, y ya en plena dictadura militar, Nicanor Parra publica Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977), que será aumentado en 1979 con el título Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui; El anti Lázaro (1981) y Poema y antipoema a Eduardo Frei (1982). En estos poemarios, que no abandonaron el tono agridulce de la ironía parriana, se hizo patente la intención “desmitificadora de la oración” a través de (anti)poemas que juegan/denuncian (a) la paradoja del credo en un país intervenido en que “las relaciones entre cultura y Estado son cada vez más distantes”

           


Lista de títulos disponibles con acceso en Biblioteca