A través del desarrollo filogenético de las especies, los organismos vivos van alcanzando progresivamente mayor complejidad en la construcción de su organismo. Así, los mamíferos han logrado niveles de organización complejos, iniciados desde la estructura celular, pasando por la construcción de tejidos, para llegar a la conformación de órganos y aparatos.

Consideramos por tanto al cuerpo humano como el conjunto de billones de células y sus productos que, interrelacionados morfológica y funcionalmente, determinan los rasgos propios de la especie.

Esta organización está determinada para cumplir las funciones básicas de la vida animal así como para el sostén de la expresión más elevada del hombre como son la vida de relación social, la conciencia, el pensamiento abstracto y su fin último de la trascendencia.

La filogenia y la ontogenia nos recuerdan que estos esquemas de organización se reproducen con mayor o menor fidelidad en las diversas especies más cercanas al hombre y a lo largo de la propia evolución humana.

Los órganos son entonces, unidades conformadas por variedades de tejidos fundamentales que le proporcionan una estructura propia, forma y ubicación específicas que traducen una función particular. Se cumple por tanto el viejo adagio que la función hace al órgano. Por ello también que el conocimiento morfológico no puede asimilarse escindido de la fisiología que la condiciona.

Un conjunto de órganos relacionados entre sí según diferentes criterios constituyen una organización más extensa que son los aparatos o sistemas corporales. Estos criterios pueden ser diversos, como un origen embrionario común, bajo cuyo concepto se conocen propiamente como sistemas; por ejemplo, el sistema nervioso, el sistema reticuloendotelial, el sistema músculo-aponeurótico superficial de la cara.

En cambio, cuando se interrelacionan funcionalmente varios órganos, los cuales tienen un origen embrionario disímil, se les denomina propiamente aparatos; por ejemplo, los aparatos urinario, cardiovascular, digestivo, locomotor.

Otros criterios bajo los cuales se constituyen aparatos o sistemas es que sus órganos componentes tengan estructura similar, que presenten conexiones o relaciones directas entre sí, ubicación topográfica común o que converjan en una función común.

Uno de los principios de construcción del cuerpo humano es la paquimería, esto es, el desarrollo de cavidades corporales, de mayor o menor extensión, que contienen diversos órganos.

El desarrollo embrionario ofrece numerosos ejemplos de cómo la naturaleza se vale del diseño de compartimentos o cavidades, a saber, los celomas extra e intraembrionarios, la cavidad coriónica, el saco vitelino.

En el adulto se reconocen dos grandes compartimientos, una paquímera anterior y otra posterior Fig.1. Esta última es fundamentalmente una cavidad ósea que corresponde al cráneo y la columna vertebral, destinados al alojamiento del sistema nervioso central, encéfalo y médula espinal. En cambio, la paquímera anterior es una gran cavidad de paredes esencialmente blandas y que dará alojamiento a órganos de las regiones torácica, abdominal y pelviana. A su vez, ésta se subdivide en cavidades menores Fig.2.

Durante el período de la gastrulación, se desarrolla el celoma intraembrionario a expensas del mesodermo lateral, del cuál se van a diferenciar la somatopleura y la esplacnopleura, que darán origen a las serosas. Se constituye entonces una cavidad celomática que se extiende en el eje longitudinal del embrión, la cavidad pleuroperitoneal, que comunica ampliamente este espacio en sentidos céfalo-caudal y transversal. Más adelante, la aparición de dos tabiques en el plano horizontal, que contribuyen a la formación del diafragma, subdividen la cavidad pleuroperitoneal en una cavidad torácica (pleural) y otra abdominal (peritoneal). A su vez, la aparición en la cavidad torácica de otros dos pliegues pleuropericárdicos en el plano frontal determinan la configuración de las cavidades pleurales y pericárdica.

Estos espacios de origen celomático están revestidos por serosa, membrana húmeda mesotelial, que tapiza internamente las paredes de la paquímera anterior y además, tapiza externamente los órganos contenidos en estos espacios.

Esta disposición determina que esta serosa ofrezca una hoja parietal, adosada a la pared corporal y otra visceral, adosada a la pared de los órganos.

Así las cosas, la tradición anatómica ha designado con el nombre de vísceras a aquellos órganos “húmedos” o “viscosos”, por el hecho de estar cubiertos por serosa. De ello derivó además el término de esplacnología, por el cual se definía el estudio de las vísceras.

No obstante, la gran mayoría de los órganos no son vísceras, por lo tanto, es más preciso acuñar el término de organología para asumir el estudio de los órganos, sólo algunos de los cuáles son además vísceras.

Las serosas que se describen en el cuerpo humano son, en orden a su superficie de extensión, el peritoneo, las pleuras, el pericardio y las vaginales de las gónadas masculinas.

Muchos otros órganos no se relacionan con serosas. A manera de ejemplos, el tegumento, los huesos, los músculos esqueléticos, el encéfalo, los órganos digestivos (faringe y esófago), respiratorios (laringe y tráquea) y endocrinos contenidos en el cuello, los numerosos órganos ubicados en la región de la cara como los órganos de los sentidos y en la región retroperitoneal (riñones y glándulas suprarrenales).

Según su morfología, se reconocen dos conformaciones generales de los órganos; por un lado, aquellos que presentan una estructura sólida, por tanto órganos macizos, y por otro lado, aquellos que presentan una luz o lúmen central, por tanto órganos huecos. Prácticamente, casi todos los órganos pueden ser catalogados de acuerdo a este criterio.

Los órganos macizos Fig.3 son muy variables, pero reúnen características que les son comunes. Así, el tejido funcional que conforma el órgano y que corresponde a casi la totalidad del peso del mismo, se denomina parénquima. El parénquima Fig.4, obviamente es muy variable, morfológica y funcionalmente, dependiendo del órgano que se trate. Por ejemplo, el parénquima renal Fig.5 corresponde a la reunión de nefrones, cuyo conjunto de glomérulos y túbulos tienen características ultraestructurales específicas. En cambio, el parénquima hepático tiene una conformación histológica diferente, vasos sanguíneos apropiados a su función y vías excretoras especiales.

Este tejido funcional, noble, suele ser friable, por tanto, lábil. Por ello, la naturaleza ha dispuesto un armazón de tejido de unión más compacto, que ejerce función de sostén, de protección y que le proporciona la forma al órgano, denominado estroma. No obstante, lo más relevante de este tejido conectivo es el hecho que es el vehículo a través del cuál discurren por el espesor del órgano la circulación sanguínea y linfática, su inervación y los sistemas de conductos que le son propios a cada órgano. Esto se logra gracias a que el estroma se dispone a manera de cápsula fibrosa que envuelve superficialmente el órgano Fig.6 y desde cuya cápsula se proyectan hacia la profundidad tabiques o septos fibrosos dependientes del estroma capsular que determinan compartimientos parenquimatosos.

Esta característica de disponer un estroma en forma de cápsula y tabiques profundos es común a todos los órganos macizos, siendo variable sólo el mayor o menor desarrollo del tejido conectivo que lo conforma y de sus constituyentes. Así, el estroma del pulmón es bastante diferente que el estroma del hígado, ya que el pulmón requiere elasticidad para expandirse y retraerse, por ello, su estroma es rico en fibras elásticas y reticulares.

Los órganos macizos tienen la más variada morfología, ubicación y tamaño. A manera de ejemplo, son tales los nodos linfáticos de todo el organismo Fig.7, el bazo Fig.8, las glándulas salivales, las glándulas endocrinas Fig.9, las gónadas Fig.10, las glándulas anexas del aparato digestivo – hígado Fig.11 y páncreas -, los riñones Fig.12 y pulmones Fig.13, entre otros.

Algunos de ellos se relacionan con las serosas ya descriptas, en cuyos casos, la cápsula fibrosa del estroma es a su vez, envuelta por la cubierta de serosa visceral. Es el caso de los pulmones Fig.14, hígado Fig.15, bazo y testículos.

Es común a todos los órganos macizos la presencia de un sitio especial por el cuál transitan en conjunto, sean ingresando o saliendo, los diferentes elementos vasculares, nerviosos y de conductos, cuando corresponde. Ese sitio se conoce como hilio del órgano y el conjunto de elementos que transitan a través del hilio se conoce como pedículo Fig.16. Está arraigado el concepto que el pedículo corresponde a los vasos sanguíneos del órgano, pero no debe obviarse que además, involucra a los vasos linfáticos, nervios y conductos especiales, que pueden ser particulares para un órgano en sí.

La tradición anatómica ha acuñado términos que se han perpetuado y se aceptan y utilizan permanentemente en la actualidad. Así, en forma específica se denomina puerta hepática al hilio del hígado Fig.17 y raíz pulmonar Fig.18 al pedículo pulmonar.

La vascularización de los órganos macizos cumple principios generales, pero también se registran comportamientos especiales más particulares.

Se debe reconocer la existencia, en algunos órganos, de circulación nutricia y funcional anatómicamente diferenciada. Se entiende por circulación nutricia la que le aporta oxígeno y nutrientes al órgano en cuestión y circulación funcional la que aporta sangre al órgano, destinada a ser sometida a la función propia de ese parénquima en cuestión. En el hígado, la sangre que será metabolizada por el parénquima hepático, ingresa al órgano a través de un sistema vascular especial correspondiente a la vena porta; en tanto que la circulación nutricia – sangre oxigenada – le es aportada por la arteria hepática, rama indirecta de la aorta.

En la gran mayoría de los órganos macizos, la vascularización es única. Así, los riñones reciben tanto la sangre nutricia como la que será filtrada por el glomérulo a través de un único sistema vascular, la arteria renal, rama directa de la aorta.

Otra característica de la circulación de los órganos macizos es el hecho que tiene carácter terminal. Esto significa que su arteria es el único vaso que le aporta flujo sanguíneo, por tanto, depende su irrigación enteramente de él. Esto se traduce en que, en condiciones patológicas, la oclusión de esa arteria deja sin flujo sanguíneo al órgano, el cuál experimentará isquemia y necrosis consecuente.

Existen órganos macizos, en especial las glándulas endocrinas, que están profusamente irrigados y en los cuáles se presentan varios pedículos vasculares. Por tanto, es factible el desarrollo de circulación anastomótica supletoria en la eventualidad de la oclusión de uno de esos pedículos, en cuyo caso no habría circulación terminal.

Más exclusivos son aquellos órganos que presentan circulación de tipo portal, caracterizados por la existencia de una doble capilarización intercalados por un vaso arterial o venoso. El sistema portal hepático es venoso, el sistema portal renal es arteriolar y el sistema portal hipofisiario es mixto arterio-venoso.

Otra característica morfológica que la presentan sólo algunos órganos macizos es la segmentación de sus parénquimas. Se entiende por segmento orgánico a una porción del órgano que conserva como unidad terminal los componentes del pedículo que ingresaron al mismo a través del hilio, de tal manera que dicho segmento se comporta como un órgano individual dentro de un todo. Así entonces, un segmento hepático corresponde a una porción de hígado que contiene una rama de la arteria hepática, una rama de la vena porta, un conducto hepático de la vía biliar, más los corresponientes elementos linfáticos y nerviosos que le acompañan.

Los órganos en los cuáles se ha descripto claramente la presencia de segmentos son el pulmón, hígado, rinón, bazo. Las segmentaciones renales y esplénica son sólo vasculares (arteriales). Esto significa que en el caso del riñón, la vía excretora urinaria intrarrenal (cálices) no sigue la división del parénquima que corresponde a la división vascular arterial.

Los segmentos orgánicos son en esencia funcionales, no existiendo tabiques ni otra forma de separación estructural entre un segmento y el contiguo.

Los órganos que presentan luz o lumen se denominan órganos huecos Fig.19. Lo característico de ellos es la presencia de un espacio interno y paredes que lo delimitan. Suelen ser tubulares Fig.20, aunque otros pueden adoptar forma de bolsa o adaptar su morfología a su estado fisiológico Fig.21.

Todos los órganos huecos están revestidos internamente por una membrana húmeda denominada mucosa Fig.22. La superficie de la mucosa se relaciona con el lumen del órgano. En todos los órganos huecos se cumple el principio de construcción de la estratigrafía, es decir, su conformación mediante capas o láminas concéntricas en número variable según el órgano.

Suelen presentar una túnica interna mucosa, una intermedia muscular y otra externa de adventicia. Algunos pueden tener una capa diferenciada a continuación de la mucosa que se denomina submucosa, así como también varios órganos huecos carecen de adventicia presentando en su defecto una capa externa de serosa.

La membrana mucosa no se restringe sólo a los órganos huecos sino que existe revistiendo la superficie interna de toda formación anatómica que presente espacio interno o cavidad. De tal forma que, se encuentra mucosa en el revestimiento del vestíbulo oral, en la cavidad oral propiamente tal, la cavidad nasal, entre otras.

Toda mucosa consta de un epitelio con su respectiva membrana basal y un corion. El tipo de epitelio varía según la función del órgano que reviste. Así, el epitelio de la mucosa respiratoria presenta cilios y glándulas para satisfacer sus necesidades de limpieza de la vía aérea; el epitelio del intestino delgado tiene una gran capacidad absortiva por la existencia de microvellosidades; el epitelio de los órganos urinarios presenta un epitelio con características de impermeabilidad y de adaptación a la distensión; el epitelio de la cavidad oral y esófago está adaptada para el roce. De acuerdo a la función del órgano, las mucosas pueden adoptar variadas disposiciones. En el caso de la mucosa intestinal, ésta presenta pliegues notorios Fig.23 con la finalidad de incrementar el área de superficie de contacto con el líquido intestinal. Las mucosas que tienen epitelios pluriestratificados, para proveer de irrigación a sus estratos se vale de la formación de papilas del corion, verdaderas cuñas que se introducen en el espesor del epitelio para poder alcanzar las capas más superficiales. A diferencia de los epitelios monoestratificados o pseudoestratificados, éstos presentan corion pero carecen de sus papilas.

El corion es fundamental, ya que a través de él se recibe el aporte nutricional, la inervación, el drenaje linfático y el tejido linfático anexo.

Es necesario aclarar la diferencia entre una mucosa y la piel. Esta última reviste la superficie externa del cuerpo y no cavidades internas; no es una superficie húmeda y su epitelio presenta estrato córneo, que no existe en ningún tipo de mucosa.

Los vasos sanguíneos son conductos vasculares estratificados en su estructura pero que no reúnen las características para ser catalogados como órganos. Presentan lumen pero no mucosa ni corion. El epitelio que lo reviste internamente se denomina exclusivamente aquí como endotelio.

La túnica intermedia de los órganos huecos es una capa constituida por músculo liso casi en la totalidad de ellos, a excepción de la faringe y parte del esófago que presentan musculatura estriada esquelética, de la misma manera como el conducto anal presenta parcialmente composición de musculatura estriada esquelética. La forma en que se dispone es variable y depende del órgano en cuestión. Algunos presentan dos láminas musculares, con fibras dispuestas en sentidos circular concéntricas y otras en sentido longitudinal, como el intestino delgado, para satisfacer su necesidad de propulsión del contenido intestinal.. Otros órganos, presentan tres láminas musculares en diferentes direcciones, como sucede con el estómago, el útero, la vejiga, especialmente para satisfacer la necesidad de una contracción concéntrica y generar presión intracavitaria.

Mención especial merece el corazón. Organo hueco por definición, presenta algunas peculiaridades. No tiene mucosa, ya que su túnica interna es el endocardio, con un subendocardio en reemplazo del corion de las mucosas y de un endotelio que es extensión del endotelio de los vasos sanguíneos. Su capa muscular está constituida por músculo estriado cardiaco con disposición en varias capas y en diferentes sentidos, convergiendo hacia el vórtex, apex, punta o vértice del mismo. Finalmente, tiene una adventicia representada por el subepicardio, revestida a su vez por una lámina denominada epicardio que corresponde al pericardio seroso visceral del órgano.

La capa más periférica de los órganos huecos es la adventicia, presente en todos ellos, túnica de tejido conectivo laxo, vehículo a través del cual ingresan o salen del órgano, vasos y nervios. Algunos órganos huecos se relacionan con serosas, como es el caso del corazón y especialmente de los órganos huecos del aparato digestivo contenidos en la cavidad peritoneal.

En los órganos huecos, dado el predominio del eje longitudinal, la irrigación debe recibirla en forma de numerosos pedículos vasculares que se distribuyen a lo largo de su pared. Estos pedículos ingresan en forma insensible por la adventicia del órgano, no existiendo un punto específico y por tanto, careciendo de hilio Fig.24. En algunos órganos en particular , esta disposición vascular si bien permite la irrigación de todo el órgano en su extensión, determina a su vez que los numerosos pedículos que ingresan sean pequeños y, en general, de pocas anastomosis. Ejemplos de este comportamiento lo tenemos con el uréter y el esófago, hecho que tiene implicancias clínico-quirúrgicas.

La inervación de los órganos macizos y huecos en general es provista por el sistema nervioso autónomo.

Por tanto, las fibras postsinápticas simpáticas y parasimpáticoas se encargarán de la inervación de las glándulas de las mucosas, de las fibras musculares lisas de las paredes de los órganos así como de la inervación de las fibras musculares lisas de las paredes de los vasos sanguíneos. Por otro lado, estos órganos presentan sensibilidad visceral, cuya información es conducida al sistema nervioso central a través de fibras aferentes viscerales generales que siguen los mismos nervios por donde transitan las fibras eferentes.

La forma más habitual a través del cuál llega la inervación autónoma a los órganos es mediante plexos nerviosos perivasculares que acompañan a los vasos del estroma que irrigan a cada órgano. Menos habitual es que lleguen al órganos nervios simpáticos y parasimpáticos en forma independiente. Esto se puede observan por ejemplo en la inervación de algunos órganos del cuello por la inervación directa de los nervios laríngeos recurrentes y por el ramo anterior del nervio vago que inerva directamente a parte del estómago, el hígado y la vía biliar. Por otro lado, también el simpático puede llegar en algunas ocasiones independientemente al órgano blanco; esto ocurre por ejemplo en el caso de la inervación de la médula de la glándula suprarrenal.

En algunos órganos huecos, en especial los concernientes al aparato digestivo, se constituyen plexos nerviosos intramurales de localización submucosa, intermuscular o mientérico y subserosa.

En relación a los órganos huecos, en distintos lugares, se encuentran formaciones musculares especializadas, modificaciones de la musculatura de la pared, cuya función es la de regular, favoreciendo o restringiendo, el paso a través de un lumen determinado.

Son los denominados esfínteres y píloros.

Un esfínter se define como una estructura muscular que permite el cierre activo de un orificio o hendidura por contractura de sus fibras concéntricas, mientras que su apertura se realiza en forma pasiva por relajación de las mismas. Los esfínteres están constituidos por musculatura lisa – como el esfínter del colédoco – o estriada esquelética –como los esfínteres faciales oral y palpebral. También los hay que son mixtos, como en los esfínteres uretral y anal, donde se describen componentes lisos y estriados esqueléticos.

Los píloros se caracterizan por la disposición de fibras en sentido concéntrico y radiales, de manera tal que pueden realizar función de cierre y apertura en forma activa por la acción independiente de estas fibras. Presentan sólo fibras musculares lisas y, por ende, son de acción involuntaria. Los más característicos son los píloros gastroduodenal y el ileocólico. En forma especial, los músculos dilatadores y constrictores de la pupila presentes en el bulbo ocular también pueden ser considerados una forma de píloro.

En la región de la pelvis se disponen numerosos órganos huecos dado la presencia de los extremos distales de aparatos excretores urinario y digestivo Fig.25 como también la presencia de órganos del aparato reproductor Fig.26 que, en forma canalicular relacionan las gónadas al exterior.

La imagenología moderna Fig.27 permite la observación detallada de muchos de los elementos descriptos anteriormente y junto con la incorporación de los procedimientos endoscópicos de toda índole, l