El teólogo, astrónomo y docente de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma dictó la clase magistral del Claustro Académico 2020 donde analizó la relación entre las ciencias y la teología.
¿Pueden las ciencias tener
un diálogo fructífero con la teología?
¿Implica esto un retroceso o es una oportunidad de avance para las disciplinas?
Estas preguntas fueron abordadas durante el Claustro Académico de este año, el cual contó con la presencia del
sacerdote italiano Giuseppe Tanzella-Nitti, quien fue invitado por el grupo Ciencia y Fe UANDES para dictar la
clase magistral “Teología y Ciencias: razones
para un diálogo fructífero”.
En su visita a la UANDES también expuso la charla abierta a la
comunidad “El origen del ser humano:
entre evolución biológica y teología de la creación” en la que mostró que
el mensaje bíblico-teológico sobre la
creación no se opone a una lectura evolutiva del cosmos y de la vida,
siempre que se compartan algunas afirmaciones filosóficas que las ciencias no
pueden contrastar.
El presbítero Giuseppe Tanxela-Nitti es astrónomo de la Universidad de Boloña y Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma (PUSC). En la actualidad, es académico de la Escuela de Teología de la misma universidad, director de la Scuola Internazionale Superiore per la Ricerca Interdisciplinare (SISRI) y profesor adjunto del Observatorio Vaticano.
Antes de ser sacerdote católico usted ha trabajado como astrónomo. ¿Fue este cambio resultado de una conversión?
Aunque pueda parecer un cambio notable, y en cierta medida lo es, no hablaría de “conversión”, en el sentido que normalmente se da a esta palabra. Los estudios astronómicos han sido siempre presentes en la vida de la Iglesia Católica. En Italia, mi país de origen, los observatorios astronómicos contemporáneos han surgido como desarrollo de los pequeños observatorios construidos en los siglos XVIII y XIX por sacerdotes y religiosos.
La Santa Sede sigue dirigiendo, a través de los jesuitas, el Observatorio Vaticano, instituido en él por Leon XIII en el 1891, actualmente con dos sedes, en Albano-Castelgandolfo (Roma) y Tucson, Arizona. En el origen de esta asociación entre astronomía y la Iglesia Católica está el dato sencillo que la observación del cielo estrellado, y de la naturaleza en general, ha sido siempre considerada un camino hacia Dios. Lo era en pasado y sigue siéndolo hoy. Trabajando como astrónomo era yo creyente, y conmigo lo eran muchos de mis colegas. Así que no se trató de una “conversión” de la ciencia a la fe, porque entre las dos no hay oposición.
Usted está desarrollando un programa en Roma que profundiza las relaciones entre las ciencias y la fe. ¿Qué actividades integran este programa?
En el año 2002 se publicó en Roma el Diccionario Interdisciplinar de Ciencia y Fe, cuya realización
dirigí junto al prof. Alberto Strumia, él también sacerdote como yo. El
Diccionario reunía en dos volúmenes más de 170 artículos sobre temas que podían
tener una lectura tanto en la vertiente de las ciencias como en la vertiente de la filosofía y de la teología:
analogía, belleza, infinito, finalidad, milagro, tiempo, vida, etc. Fue una
obra innovadora, quizás la primera en su género.
El año siguiente dimos comienzo a dos sitios web sobre teología y ciencias, uno en lengua inglesa –inters.org– y otro en lengua italiana –disf.org-, que en pocos años han llegado a
difundirse entre muchos usuarios (totalizan más de 70.000 páginas leídas cada
mes).
En el 2005 reunimos a unos cuantos jóvenes graduados en
disciplinas científicas dando vida a un seminario
permanente, dedicado a presentar la investigación científica en el marco de
la unidad del saber, es decir, poniendo en luz sus relaciones con temas filosóficos y teológicos, tomando como punto
de partida las reflexiones del Diccionario.
Este grupo de jóvenes se ha convertido en una escuela de formación interdisciplinar llamada SISRI que ofrece un programa postgrado a jóvenes entre 25 y 35 años. Hoy en día todas estas actividades están integradas en el Centro de Investigación Interdisciplinar de Ciencia y Fe, erigido en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz de Roma, donde soy profesor ordinario de teología fundamental, una disciplina que incluye el estudio de la relación entre fe y razón.
Los siglos pasados estuvieron marcados por una enemistad entre las ciencias y la fe, ¿hay indicios que muestren un cambio de perspectiva? ¿Qué aspectos de la Academia o de la opinión pública considera hoy originales o novedosos en ese sentido?
No creo que se pueda hablar de enemistad entre fe cristiana y ciencias. Una sencilla mirada a la
historia demostraría que las ciencias
naturales se han desarrollado dentro de una visión cristiana de la
naturaleza. La teología cristiana de
la creación, enseñando que la naturaleza no es Dios, sino una creatura, ha
favorecido el desarrollo de la inducción, mientras que la visión de una
naturaleza llena de dioses, o de todo modo divina, permitía solo una
perspectiva deductiva, sacada de principios superiores.
La oposición entre fe
y ciencia es un lugar común, un prejuicio
dictado por la superficialidad, tal vez por la ideología. El mismo “caso
Galileo” (que de hecho surgió en el clima anticatólico del siglo XIX, y no en
siglo XVII) no fue una oposición entre
teología y ciencias naturales, sino un debate entre dos visiones científicas
del mundo, el geocentrismo y el heliocentrismo.
Al tiempo de Galileo el heliocentrismo no se consideraba
suficientemente fundado. La exegesis bíblica empleaba entonces la perspectiva
geocéntrica, y no estaba dispuesta a cambiarla sin pruebas bien establecidas,
pruebas que Galileo, desafortunadamente, no pudo demostrar. Si pasamos a otro
personaje emblemático, la evolución
biológica sugerida por Darwin no fue condenada por ninguna autoridad
eclesiástica. Darwin mismo nunca pensó emplear la teoría de la evolución
contra la existencia de Dios, como fácilmente puede mostrar la lectura atenta
de sus obras y cartas.
En las últimas décadas algo ha cambiado. El método científico sabe bien que no está
en condición de negar a Dios. Puede sorprender que la opinión pública siga dando
relieve a pocas voces que continúan a subrayar una oposición entre
conocimientos científicos y fe en Dios creador. La mayoría de los hombres y mujeres de ciencias no la piensa así.
Se trata de un resultado proporcionado por la sociología de la religión. El
punto es que hay que profundizar y no quedarse en la superficie, como pasa a
menudo cuando se abordan temas importantes. El físico Henrí Poincaré decía que “poca ciencia aleja de Dios mientras que
mucha ciencia lleva a Dios”. Creo que esta afirmación sigue siendo válida
hoy.
En cuanto a los aspectos académicos, los cambios son los que he señalado antes. Hay muchos estudios sobre las relaciones entre teología y ciencia a nivel epistemológico, histórico, existencial, y cátedras universitarias sobre esos temas. Es opinión común que la verdad ya no está de moda. Parece ser una noción demasiado fuerte, comprometida. Ahora bien, en contra tendencia con respecto al “pensamiento débil” hoy mayoritario, investigación científica y teología, siguen hablando de verdad. Esto sería ya suficiente para afirmar que el diálogo entre científicos y teólogos tiene futuro. Y podría ser una de las novedades más importantes del siglo XXI.