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Miércoles 18 de Junio de 2025
El Centro Signos organizó una nueva sesión de sus Discusiones Actuales, titulada “Narcocultura en Chile”, donde se analizó este fenómeno desde diversas perspectivas. El encuentro contó con la participación de Lucía Dammert, académica de la Universidad de Santiago, y Agustín Iglesias, alcalde de Independencia, bajo la moderación del investigador del Centro Signos, Eduardo Galaz.
La conversación comenzó con una definición del concepto de narcocultura, entendido como el conjunto de expresiones culturales vinculadas al narcotráfico que se extienden más allá de las redes criminales y son adoptadas por sectores sociales que no necesariamente participan de estas actividades. Lucía Dammert contextualizó el fenómeno desde su origen en Colombia hace tres décadas, señalando tres elementos característicos: la hipersexualización de las mujeres, los autos de lujo como símbolo de estatus y las armas como representación de poder. Añadió que, en Chile, existen manifestaciones propias, como los narcofunerales, que incluso han motivado legislación específica.
Desde una mirada territorial, el alcalde Iglesias subrayó que el núcleo de la narcocultura radica en una necesidad de reconocimiento y pertenencia. Para muchos jóvenes, esta cultura representa una forma de identidad, una “tribu” que les da sentido de comunidad. Hizo una distinción importante entre las expresiones simbólicas de la narcocultura y el crimen organizado, indicando que este fenómeno no es nuevo ni atribuible exclusivamente a la migración, pero que hoy resulta más visible gracias a la masificación de las redes sociales.
Durante el díalogo se abordó la crisis de los referentes tradicionales. Iglesias advirtió que para muchos jóvenes el camino del estudio y el trabajo ya no resulta atractivo cuando quienes participan en actividades ilegales parecen tener éxito económico y reconocimiento. Señaló que, en varios casos, los delitos se cometen más por validación social que por un beneficio material directo.
Lucía Dammert propuso un enfoque analítico en tres niveles: primero, el de la violencia y el crimen organizado, que requiere intervención urgente del Estado; segundo, las expresiones culturales, que pueden ser resignificadas; y tercero, el fenómeno social estructural, donde prima el éxito individual por sobre lo colectivo. En ese sentido, señaló que todos somos parte del problema al reproducir lógicas hipercompetitivas.
Ambos expositores coincidieron en que las expresiones culturales asociadas a la narcocultura pueden convertirse en oportunidades si se trabaja en el contenido más que en la forma. Dammert destacó experiencias exitosas en las que jóvenes participan activamente en iniciativas comunitarias utilizando lenguajes como el trap o el reggaetón, pero con mensajes transformadores.
Iglesias, sin embargo, advirtió sobre el riesgo de normalizar estas expresiones sin una reflexión crítica, planteando la inquietud de qué proyecto de sociedad es capaz hoy de competir con estos imaginarios de éxito rápido y poder simbólico. Manifestó su preocupación por que en una década surja una generación moldeada por el dinero fácil y los signos externos de estatus como principal modelo de éxito.
En la conversación se abordaron los cambios generacionales acelerados por las plataformas digitales. Producto de ello, se evidencia una transformación cultural acelerada en la forma de consumir contenidos, construir identidad y relacionarse con el mundo.
Durante el encuentro también se analizó la relación entre narcocultura y reclutamiento criminal. Iglesias explicó que las bandas operan como empresas que necesitan capital humano permanente, y que la pérdida de confianza en el mérito como vía de ascenso social genera las condiciones perfectas para que algunos jóvenes sin perspectivas sean captados por estas organizaciones.
Ambos expositores coincidieron en que el Estado, tal como está concebido hoy, no cuenta con las herramientas suficientes para abordar esta compleja realidad. Sobre este tema, Lucía Dammert expuso la necesidad de fortalecer al Estado con políticas públicas que se adapten a los nuevos códigos culturales y a las realidades de las generaciones más jóvenes.
Estas reflexiones dieron forma a una mirada común entre los participantes: la narcocultura no puede entenderse como un fenómeno aislado, sino como expresión de cambios sociales profundos, de la pérdida de referentes tradicionales y de la dificultad del Estado y la sociedad para ofrecer alternativas reales a quienes más lo necesitan. Más que combatir las expresiones culturales, el desafío está en resignificarlas, crear oportunidades concretas y reconstruir el tejido comunitario, todo ello en un contexto que exige nuevas formas de comprensión y acción.