Médico Jefe de la Unidad de Urgencia de Clínica Universidad de los Andes

De doctor a paciente

No solo ha presenciado los orígenes del centro de salud en el cual trabaja, sino que también es protagonista de una experiencia que le permitió valorar el trato humano que allí se brinda.

El doctor Carlos Rivera es parte del ADN de la Clínica Universidad de los Andes. Estuvo en la génesis de este proyecto de salud, una institución nacida en 2014 y que, en un corto plazo, ha logrado posicionarse como un referente en su ámbito.

“Hace ocho años recién iniciábamos un sueño que hoy es una realidad, funcionando a plena capacidad y muy satisfechos de lo que se ha logrado en poco tiempo”, dice. A futuro espera que la Clínica sirva de modelo como un gran centro formador en el que “estemos orgullosos, además de la excelencia alcanzada, sobre la humanidad y la entrega hacia nuestros pacientes”.

Actualmente es Médico Jefe de la Unidad de Urgencia y a su cargo tiene un equipo de profesionales que están atentos las 24 horas del día para reaccionar ante cualquier emergencia y abordarla de la mejor manera posible. “Personas al cuidado de tu salud” es el lema de este centro docente-asistencial y para el doctor Rivera, quien también es académico, es “una forma de pensar, de enfrentar al paciente y a su familia, que debe ser el modelo a seguir y un ejemplo para nuestros alumnos”.

El accidente cerebrovascular que sufrió hace algún tiempo le permitió constatar la sensibilidad y dedicación con la cual los especialistas de la Clínica atienden a las personas. Esta experiencia, que define como una prueba de la fragilidad de la vida, lo llevó a cambiar de rol, pasando de ser médico a un paciente más. “En todo momento sentí la paz y la tranquilidad de que iban a hacer todo lo posible para que me fuera bien”, precisa al recordar el momento en que ingresó con la mitad del cuerpo paralizado, y en el que, con una delicadeza absoluta, quienes lo atendieron le pidieron permiso para cortarle la camisa y quitarle su argolla de matrimonio, la cual fue cuidadosamente guardada.

“Estar al otro lado y mirar con los ojos del enfermo ayuda a entenderlo, porque cumples el propósito de ponerte en sus zapatos. Lo que me pasó me dio una cuota de humildad gigantesca, que te ilumina y te obliga a perfeccionarte no solo a ti, también a los que están al tu lado”, concluye.

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