Viernes 12 de Agosto de 2022

Sí, ya lo dije, ¿y qué?

Columna del académico Juan Pablo Barros.

Estas últimas semanas hemos sido testigos de las consecuencias producidas por los dichos de representantes de entidades gremiales, profesionales de la prensa, políticos y por los infaltables posteos en redes sociales, en torno a una decisión editorial de TVN, enmendada con posterioridad, que afectó al periodista Matías del Rio.

Estos eventos ofrecen la posibilidad de reflexionar acerca del preciado tesoro que es la libertad de expresión. Una frase atribuida a Sigmund Freud sentencia que “uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”, y ello sirve para entender la responsabilidad que conlleva la palabra. Porque la aludida libertad exige hacerse esclavo de las opiniones emitidas. Este aparente problema pone de relieve que no existe una libertad en términos absolutos, que ella es limitada por el debido respeto a los derechos de los otros, a la honra de los individuos por mencionar uno, pero también por la verdad, porque, como decía Josef Pieper, quien abusa del lenguaje atenta contra la verdad.

Los usuarios de las redes sociales, lamentablemente, cada día nos escandalizamos menos con las opiniones vertidas en las distintas plataformas, cuya virulencia contamina cualquier posibilidad de compartir opiniones sobre hechos o situaciones que preocupan a nuestra sociedad. Esto recuerda al “Sí, ya lo dije, ¿y qué?” con que cerraba su perfomance un actor de televisión, después de haber revelado supuestos “secretos” de personalidades del quehacer nacional. Su crudeza y brutalidad que ayer nos arrancó alguna risa nerviosa, hoy no sorprendería a nadie. En fin, estamos acostumbrados.

No cabe duda de que nos estamos perfeccionando en el mal uso de la libertad de expresión. La usamos para denostar a nuestros pares. En la batería de declaraciones que se desplegaron para solidarizar con Del Río o para justificar su salida temporal del programa “Estado Nacional”, llamó la atención la de Ethel Pliscoff, la presidenta del Tribunal de Ética del Colegio de Periodistas. Convocada para discutir sobre el pluralismo en los medios por el programa “El matinal de los que sobran”, Pliscoff señaló que Matias Del Río tiene “fallas éticas graves ” como periodista. Y fue más allá: afirmó que ello era de conocimiento público, sin dar ninguna evidencia concreta que sustentara su afirmación. Al menos en los fallos del tribunal publicados en la página web de la orden, no aparecen. Parecía referirse al constante “troleo” que sufre Del Río en las redes sociales, como si ese fuera un tribunal apto para decidir sobre este tipo de temas.  

En contraste, otro miembro de ese tribunal gremial, Abraham Santibáñez, escribió una carta a El Mercurio para reivindicar que el periodista en cuestión es un profesional serio avalado por una destacada trayectoria, independiente de si cae bien o mal.

Si bien no aludió a las declaraciones de Pliscoff, pero complementando los dichos de Santibáñez y lo ocurrido en TVN, el periodista Santiago Pavlovic, exrepresentante de los trabajadores en el directorio del canal, hizo -también en Cartas al Director- un llamado a la prudencia a Nivia Palma, la miembro del Directorio que habría gatillado la polémica. Pavlovic pidió preservar el rol que la señal ha jugado en democracia. Al mismo tiempo, identificó a Matías del Río como víctima de prácticas viles propias de las redes sociales y de aquellos que sueñan con un canal de propaganda gubernamental.

¿Por qué tan disímil abordaje de autoridades de un gremio ante una situación de tan graves consecuencias como la cancelación sufrida por un periodista en un medio público por parte de su empleador? ¿Qué podría explicar tan imprudentes declaraciones de una experimentada periodista con un rol tan clave en la entidad gremial? Es difícil aludir a que ello es producto de las visiones que coexisten en un gremio. Más bien parece que Pliscoff optó por sumarse al coro proveniente de las redes sociales y, sin evidencia alguna que la avalara, prefirió disparar antes que razonar con la verdad. Su actitud es idéntica a la del comediante televisivo: “Sí, ya lo dije, ¿y qué?”. Vale la pena preguntarse si la presidenta del Tribunal se ha inhabilitado para juzgar cualquier incumplimiento del código de ética del mencionado Colegio en que pudiera incurrir en el futuro Matías del Río o si sencillamente se ha auto cancelado para continuar en tan importante Tribunal.  ¿Qué pensará el Consejo Nacional de la Orden?

Sí, ya lo dije, ¿y qué?